, fundí mi propia cera, con un soplete, para después ponerle esencia de espliego y pigmentos y de vez en cuando los universitarios se asomaban y me preguntaban: "¿Cómo va el color?" A la hora de comer, me enojaba si alguien me dirigía la palabra, distrayendome de mis pensamientos, fijos en la próxima línea que habría de trazar y que deseaba yo continua y pura y exacta. Entonces estaba poseída Diego, y tenía sólo veinte años