Eramos los únicos ocupantes del vehículo. --Usted perdone --me disculpé--. He dado una cabezada sin proponérmelo. --Mucho mendigo es lo que hay --sentenció el cobrador guardandose el mondadientes detrás de la oreja. Me apeé en una plazoleta arbolada en cuyos bancos de piedra tomaban el sol varios jubilados. Uno de ellos me explicó que para llegar a Dama de Elche tenía que subir un buen trecho por una de las calles sinuosas que partían de la plazuela