le una broma inocente, sabedores de su legendario sentido del humor, darle un tonillo festivo a la audiencia, aligerar con la chanza el peso que se abatía sobre sus augustos hombros. Con la manita blanda de que aún se servía hizo un gesto como diciendo que bueno, que le parecía muy bien. Pero todos supimos que había entendido. Ni un músculo se alteró en su noble rostro impávido; sólo sus ojos se entristecieron; aquellos ojos que habían sabido recorrer las