Me acerqué y vi que se trataba de un monje rechoncho de luenga barba blanca. Lo zarandeé para verificar si estaba muerto y abrió los ojos sin dar la menor muestra de susto o enfado. --Buenos días, hijo --murmuró--. ¿Te quieres confesar? --Por ahora no, padre. Quizá más tarde. De momento me gustaría hacerle unas preguntas. --¿Cuánto tiempo hace que no te has confesado? --¿Qué prefiere, el fútbol o