en lo obsesivo. Cuál no sería mi desencanto cuando al entreabrir los párpados vi a menos de medio palmo de mi nariz un rostro de mujer que se me antojó hermoso y que me observaba con expresión anhelante. --Esta vez --murmuré--, sí que no hay vuelta de hoja: muerto estoy. Mas apenas hube acabado de pronunciar esta amarga frase, la propietaria del agraciado rostro me arreó una sonora bofetada en toda la cara, con lo cual renació mi esperanza de