, aspiré a fondo para insuflarme en los pulmones la brisa oxigenada de la noche, me levanté y deshice lo andado hasta coronar la cuesta. No siendo cosa, por lo avanzado de la hora, de despertar al decrépito erudito ni deseando yo tener que repetir unas explicaciones que en nada realzaban mi ya de por sí penosa imagen, forcé la cerradura, me introduje en el portal y a la débil luz que de la calle entraba localicé el buzón de don Plutarquete,