que resentía de joven en San Petersburgo, cuando después de la cena de media noche en que los sirvientes y los patrones se besaban y se abrazaban, yo me quedaba en mi cuarto sin poder dormir, viendo las cortinas que había lavado y planchado con las criadas y el icono en la esquina con su veladora que iluminaba suavemente a la virgen bizantina. Entonces yo rezaba, llena de amor sin objeto porque no tenía a quien querer. ¿Tiene objeto mi amor, ahora