le que hubimos a nuestro destino, pagué la carrera con el dinero que le había mangado al viajero locuaz, esperé a que desapareciera por el chaflán el taxi y me colé de rondón por la portezuela de hierro que la noche antes habíamos utilizado el comisario Flores y un servidor y que a la sazón, como entonces, seguía conduciendo a las cocinas del hotel, embriagadoras, dicho sea de pasada, y al montacargas. En este último subí hasta el cuarto piso, salí