le no estaría de más contar con refuerzos, aun cuando no fuera precisamente una aguerrida banda de samurais aquella pía congregación. Esto último, por supuesto, no se lo dije al voluntarioso endemoniado, que partió raudo a cumplir la orden, usando una de las páginas del kempis enrollada a modo de cornetín. Así librados de su presencia me puse manos a la obra. El camastro, como ya he dicho antes, era de madera, pero tenía unas barras de hierro que