pensó David. Julián se había sentado en el suelo y acariciaba a un gato que había aparecido sigilosamente. Era negro y lo miraba todo con sus ojos verdes, semientornados y parpadeantes. --Mamá --dijo Julián--, tienes que tocar para David. Ella sonrió y los ojos se le iluminaron, como los de Julián cuando discutía o recitaba o le explicaba algo que él debería saber. --¿Te gusta la música? --preguntó. --Sí --dijo David.