la cafetería Roncesvalles. Gracias a sus instrucciones, las ocho me dieron apostado tras un árbol que atinadamente había crecido enfrente del local. Las nueve menos cuarto marcaba el reloj que le había quitado al manco, cuando un individuo en camiseta desatrancó las puertas giratorias, cuya colocación y funcionamiento estudié en previsión de eventuales retiradas. Luego llegaron dos o tres camiones de reparto y un chaval con una cesta de churros calientes que me hicieron babear a modo. Pese al tráfico, llegó a