pelo negro y rizado. Guardaba silencio, pero sus ojos centelleaban al mirar a Santiago. Y no es que su mirada se agrisara al dirigirla a mí, es que a mí ni siquiera me miraba, como si no hubiera reparado en mi presencia. Parecía que yo no participara realmente en aquella reunión, que había esperado con tanto entusiasmo. Pero al fin, en el camino de regreso, tuvieron que atenderme los dos. Tropecé y caí al suelo sin hacer