que la excursión no había empezado todavía, a pesar de que ya estábamos llegando a los eucaliptos. De pronto, mi hermano se volvió para ofrecerse a llevar la cesta de la merienda, como si hasta aquel momento no hubiera reparado en ella. Cuando al fin llegamos, ya se estaba poniendo el sol tras el cerro que, desde allí, ocultaba nuestra casa. Bene extendió un mantel, planchado y limpio, sobre los terrones del suelo, todavía humedecidos. Después