vez acertó. "¡Cómo has podido hacernos esto!", me gritó casi llorando. "Anda, vete a cenar", me dijo después, casi con desprecio y, sin mediar ninguna otra palabra, se retiró a su habitación. Me sentí derrotada y llena de rabia. Pero cuando me senté a la mesa y te vi frente a mí, mirándome con indiferencia, percibí en tus ojos, un sufrimiento inhumano. Entonces mi dolor se hizo