ahora los revisionistas insinúen que no fue él, que se lo insinuó Onésimo Redondo; aquellos ojos predestinados, digo, que habían sabido penetrar en la confusión, en la incertidumbre, en el desgobierno, el camino de España, se anegaron en lágrimas. Yo estaba a su lado, véase la foto, y me di cuenta. Sentí clavárseme un carámbano en el corazón, atorárseme una bola de plomo en la garganta. Le toqué con la mano