si podía leer la matrícula del coche y, en caso afirmativo, si correspondía ésta a la que ella había memorizado esa tarde y me respondió a lo primero que sí y a lo segundo que no. Y en eso estábamos cuando advertimos, no sin sorpresa, que el coche se ponía en marcha y se perdía calle abajo. Agarré a la Emilia por la muñeca y corrimos hacia el portal donde nos esperaba ufano y resollante el astuto vejestorio. Entramos, cerró con doble