encontrarse, como aquel día, acurrucado contra los pechos de la muchacha y, como si lo recordase, reproduce en el acto la misma postura, la misma sonrisa, el mismo murmullito de satisfacción. La mirada del viejo se posa, acariciante, sobre las nalgas de Simonetta. ¡ Qué bien marcadas, qué caderas tan femeninas y, sin embargo, sorprendentemente inocentes, como de muchacho...! Es decir -vacila el viejo, no sabiendo entenderse a sí mismo