la plaza. Trató de correr, pero se lo impidió el revólver mal ajustado en la cintura. Al doblar la última esquina reconoció de espaldas a mi madre que llevaba casi a rastras al hijo menor. --Luisa Santiaga --le gritó--: dónde está su ahijado. Mi madre se volvió apenas con la cara bañada en lágrimas. --¡Ay, hijo --contestó--, dicen que lo mataron! Así era. Mientras Cristo Bedoya lo buscaba, Santiago Nasar había