. Fumaba lentamente e iba dando sorbos pequeños y continuos al whisky, como si necesitara emplear alternativamente ambas manos aunque sin prisa alguna, en una cadencia relajada y distante. Tenía los ojos puestos en el techo y en ningún momento los apartó de él, por lo que la ceniza fue cayendo al suelo. Miraba al techo y sonreía. Su sonrisa era beatífica y, de no ser por el periódico movimiento de los párpados, cualquiera diría que el techo le había hipnotizado,