que una referencia fugaz puede abrir en la caserna de un baluarte de la conciencia. Si no fue éste el caso, cuando menos tuvo la virtud de desconcertarle, de provocar una retracción semejante al acalambramiento de un músculo y así alejarle de la sazón en que se encontraba su charla. A partir de ese instante, el encuentro empezó a discurrir por dos caminos de imposible confluencia: uno de ellos, la propia conversación; el otro, el de su intuición distraída