. Me refiero a los propagandistas a ultranza del heroísmo varonil. Eran los padres literarios de estereotipos como el ya citado de El guerrero del antifaz, cuyos atractivos (a los que tampoco aquella consejera era indiferente en otras ocasiones) no residían precisamente en la timidez sino en el arrojo. Y bajo el antifaz del arrojo, malamente sujeto al rostro, se esforzaban los jóvenes por dominar su timidez, nunca por cultivarla. Era muy frecuente que la timidez incorregible estuviera condicionada por