se su cupulino de apariencia comestible. La hecatombe se producía a un centenar de metros de allí, a tiro de escopeta, pero él -resistamos a la indignación que su comportamiento suscita y abstengamosnos de otorgarle el epíteto que indudablemente merecería- como si nada, con la frescura cínica de una lechuga, un paseíto al baño a acariciarse los cañones de la barba ante el espejo, apretarse una espinilla en la aleta de la nariz, cortar con las tijerillas