nos pensando que podría contener dinamita. A la generación de nuestros padres aquel humor disparatado de La Codorniz, que paulatinamente iba dejando su huella en el lenguaje y el criterio de los jóvenes, no solamente no le hacía gracia sino que le inquietaba. A veces incluso los sacaba de quicio, aunque no se rebajaran a confesarlo y se limitaran, en general, a un menosprecio de dientes para afuera. «Yo no entiendo cómo os podéis reír con esa paparrucha»,