quienes gusta llamar la atención, y aparentemente ofrecen mayores facilidades para una conquista masculina. Todos los hombres, sin excepción, dejan traslucir en sus miradas una curiosidad maliciosa cuando han tropezado sus ojos con una mujer fumadora. E inevitablemente la juzgan mal. Con relación al otro distintivo de la «vamp», el de las cejas finas, he encontrado un testimonio muy curioso, donde se presenta a Carmencita Franco (que, por cierto, tampoco fumaba) como redentora de aquella