me día el paleteo de las zarandas y el restregarse de las muelas haciendo temblar el piso, que no nos dejaba oírnos... Cuando, al ponerse el sol, cortábamos el agua, ¡ qué silencio, Madonna! Todo se asentaba en su aplomo. La casa, el mundo, los pájaros y las ranas en su paz, ella y yo en nuestro gozo. Nos mirábamos fuerte, muy blancos del polvillo de la harina, y ¡ empezábamos a reírnos