se excelencias de los refrescos Kas e indicaba al caminante haber allí mismo un bar. En el cual entramos la Emilia y yo hallando por toda concurrencia a un señor canoso y tripudo que restregaba una bayeta húmeda por el mostrador. No guiaba nuestros pasos otro fin que el de hacer una llamada telefónica, pero el señor de la bayeta, que resultó ser el dueño del bar, insistió en que probásemos los callos a la madrileña.