sese a otros, armaban estropicio, batían las palmas. Se habían precipitado a su encuentro, haciendo círculo alrededor de él, y bailaban cogidos de la mano. El busto de yeso del Maestro, calvo y con mefistofélica perilla, parecía contemplar con desdén aquel desconcierto y barullo de sus descarriados alumnos. El dictamen históricomédico era absolutamente claro y, como sus fieles celadores se encargaban de recordarlo, tenía una denominación precisa: desviación infantil izquierdista. El espectáculo le deprimía y