menudo indecorosa, la bajeza y zafiedad de sus gustos se compaginan en verdad difícilmente con esa inclinación secreta al lenguaje inefable del fundador de las danzas derviches: ¡su alma empedernida y estéril ha preservado así dichosamente del muermo incurable que le habita un pequeño remanso de efusividad, un diminuto hontanar del que quizá manen sus querencias y emociones más íntimas! Su rostro, ordinariamente obtuso y huraño, parece abrirse y difundir energía mientras escribe en una tarjeta rectangular destinada a su mujer los