peregrino ante el santuario final, mientras se deja mecer en las ondas tranquilas del aroma femenino. Sus párpados, al cerrarse poco a poco, van adoptando una expresión final de beatitud. Ya dormido, la mujer inmóvil le sigue contemplando enternecida. Sonrisa de niña descubriendo al hombre; mirada de madre ante el hijo en la cuna; emocionada serenidad de hembra colmada por su amante. -¡ Parece mentira que algo tan pequeño sea capaz de dar tanta guerra! -se