. Julián se levantó, y en la puerta del salón estaba Genoveva con la cara enrojecida por el frío, el pelo rubio tieso como un casco de hielo. Genoveva, que arrojaba a un sillón la gabardina forrada de piel y avanzaba hacia él extendiendo las manos en un saludo. --Ya estás aquí. Perdona mi retraso. Y rápida la pregunta, la razón del encuentro, lo que había sido, desde el día de su primera visita, el fin oculto de