lo, de sus congelados y de todas las porquerías de fábrica... ¡Tú y yo, Rusca, comeremos siquiera una vez al día lo bueno de la tierra! » Se sienta en un banco de la gran plaza y empieza a liar un cigarrillo para fumar fuera de casa. Algún transeúnte le mira con curiosidad. Al ir a pasar la lengua sobre el borde engomado del papel un pensamiento le detiene la mano en el aire: «¡Pues puede que en esto