le el chaquetón amarillo de los jardineros municipales. Su hacha levantada amenaza ya otra rama. El viejo estalla, su grito es una pedrada: -¡Eh, usted! ¡Respete esa rama, animal! «Ahora baja y nos liamos», piensa. El podador, un instante paralizado, inicia, en efecto, el descenso. «Ahora», se repite el viejo, cerrando el puño y pensando cómo compensar su inferioridad combativa frente al hacha. Pero cambia