me a flagelarse y hube de retirarme para que no me alcanzase un latigazo. --Y esa voz, ¿qué decía? --le pregunté. --Algo horrible --dijo el monje interrumpiendo la azotaina--. No lo puedo repetir. --En tal caso, no insisto. --Insista --me rogó el monje. Insistí y volvió a pegar los labios a mi oreja. --Echale guindas al pavo --cuchicheó. --¡Qué notable! --dije