pasividad de Genoveva los transportaban noche adelante. Ya ni siquiera deseaba marcharse, abandonar a la mujer lejana e irritante; también él resbalaba en la plana lasitud de un tiempo sin fronteras. Era como estar tumbado en una pradera, contemplando un cielo gris y liso, sin nubes que anunciaran por dónde iba a salir el sol. O como flotar de espaldas en un agua tranquila, dejandose llevar, sin sentir, mar adentro... Percibiendo quizá la misma imprecisión en el