de la enfermera eran nervaduras de hoja a punto de reventar. --No sabe usted lo que pasa aquí... ¡Ah, si yo le contara! Quise apartarme, pero me apretó el brazo, sus dedos como taladros se aferraron, atenazándome. Arreció el paso y tuve que hacerlo también. Ahora era su capa la que rozaba mi pierna. "Y pensar que las señoras se peleaban sus favores. Todas las puertas de las recámaras del castillo comunican entre