telo, acribillarlo de alfileres como el acerico de una costurera y suspenderlo con un hilo rojo en las ramas de un árbol: su enemigo agonizará sin remedio conforme el erizado corazón se seque. Cuando llega su turno, nuestro hombre -utilizo aún, como siempre, el plural a fin de evitar las bromas de mal gusto que podría suscitar el empleo del adjetivo posesivo en primera persona del singular entre lectores malintencionados y aviesos-- penetra en el tabuco del morabito: