sin acabar de acomodarse como un perro antes de dormirse. Y cuando se calmó, el viejo tardó en conciliar el sueño: echaba de menos el dolor como si éste fuera lo normal. Se sienta en el retrete y termina pronto. Se levanta y mira. «Sangre otra vez. Claro, el rebullirse anoche de la Rusca. En la letrina del pueblo no me enteraba, pero en estas tazas tan finas se lo presentan a uno como en un escaparate