selo le obligó a levantarse del banco en el que estaba sentado con un «¡Vamos!» seguro e imperioso. Jano se puso de pie, pero volvió a sorprenderse, una vez más, al ver que Betina le soltaba la mano y que, a buen paso, comenzaba a caminar delante de él. Al principio como un autómata, feliz y entusiasmado después, Jano siguió a Betina cuesta arriba, en dirección a la parte antigua del pueblo.