a buen paso. Tuve que sufrir los comentarios chuscos de algunos viandantes por mor de mi atavío, pero estaba a salvo y bastante satisfecho de mí mismo, porque pese a todas las tribulaciones por las que había pasado, no había soltado el álbum de fotos que ahora llevaba bajo el brazo muy orondo. De un bar cercano al domicilio de la periodista salió la Emilia desaforada en cuanto me vio llegar. Le pregunté que qué hacía allí y contestó: --María Pandora no