, la Emilia restañó el sudor que perlaba la frente de su amiga y dijo: --Ayudame a desvestirla. Tiene la ropa empapada. Eso hicimos, dejando al descubierto un cuerpo para cuya contemplación ni los zarrapastrosos hábitos que lo cubrían ni la vorágine precedente me habían preparado. Advirtiendo mi reacción, me preguntó la Emilia que qué me pasaba en tono más reprensivo que curioso, a lo que retruqué que nada, aun sabiendo que el ir en calzoncillos restaba toda credibilidad