por el desorden. Era el suyo un piso pequeño, no muy distinto del de la Emilia, escuetamente amueblado. Las paredes estaban cubiertas de libros y había libros sobre las sillas y en el suelo. Una capa de polvo lo cubría todo. --Déme su gabardina --dijo el vejete. Se la di y lanzó un silbido al ver mi disfraz de chino. El llevaba el mismo pijama de la mañana. Le pregunté cómo había logrado desembarazarse del coche y puso