devoción doméstica, una diosa a la que cada cual puede dar el rostro que le guste y rendir el más caprichoso y arbitrario culto íntimo y particular. La manifestació psíquica más acabada y expresiva de esta patria de alcoba fue la queNapoleón,ensulechodemuerte,dejóescapardesuslabiosconel último aliento de la vida: "¡Francia, Francia, cuánto te he amado!". Nada, absolutamente nada, tiene ya que ver este fetiche informe, este fantasma individualmente invocable, con la pública, grande, fuerte y maternal señora