ADELA.- Claro. ¡Nada menos que una promesa a mamá! EDUARDO.- Pero si una vez cada seis años vas a venir sólo para amargarnos con tu propio asco, deja de venir. ADELA.- No puedo papá. Tengo que saber cuándo empecé aequivocarme,cuándodesoítussabiosconsejosymerecítu desprecio. (En ese instante, procedente de la cocina, entra Emilia en el salón. Se detiene a escuchar las palabras de su hija.