a la cara, noción que en seguida rechacé de plano por estimarla incompatible con la graveza de un financiero de pro. El señor, ajeno a todo ello, se había llegado hasta nosotros y nos tendía una mano, bien para que se la estrecháramos, bienparaqueadmirásemoselanillodeoroquerefulgía en el meñique. Don Plutarquete y yo hicimos ambas cosas y el señor dijo: --El gusto es mío. Soy don Santiago Pebrotines, secretario del