inevitablemente los límites entre los que él puede moverse. Es la aplastante autoridad que Roma hace gravitar sobre su frente la que rompe o más bien tiene ya roto de antemano cualquier clima de diálogo, puesto que en lo que atañe a infinidad de cosas que podrían ser su objeto imponealosfielestenerlasporhabladas,poryadefinitivamentehabladas y falladas, zanjadas y archivadas de una vez por todas. Está obligado por la jerarquía a no ver ni reconocer cuestiones detrás de mis asertos, sino tan sólo falsedades. Y, de hecho, como buen católico,