de cualquier ironía, con el exaltado griterío de la discusión. Betina y Jano parecían estar condenados a no gozar nunca de unos instantes de conversación relajada. Los celos, las desconfianzas, las huidas, los temores --la atmósfera, sobre todo, de soledad y tensión que parecía reinarasualrededor--acababanporechar a perder cualquier entendimiento claro. Sin embargo, de nuevo solos, Jano sentía el encanto que emanaba del cuerpo de Betina. Terminó pensando que aquellos