podía ahogar- sino que todo había sido una pesadilla. Incluso encontró una explicación para la misma en el rumor del oleaje y en los gritos imaginados por su cerebro. Se levantó, encendió un cigarro en la oscuridad y fue a apoyarse en la ventana de su habitaciónparacontemplarelvalle.Luego,encendió la lámpara y continuó su carta a Francesca. «Habíamos ido a pasar unos días en otoño a una villa a orillas del lago de Como, entre Lenno y Menaggio.