no querían llorar, de los hombres, y en los humedecidos de las mujeres, y en los muy abiertos y negrísimos de los niños. Algo más que una emoción -una especie de dolor, de aro metálico que le ceñía el cuello- le ahogó durante unos instantes alcontemplaraquellaescenaentrañableyprimitiva. ¿Había muerte o dicha en aquellos abrazos y caricias medrosas? No llegó a saberlo. Una sangre primitiva se alteraba ante la presencia de otra sangre.