cualquiera, dio por terminado el examen clínico, escribió una receta y, al entregarla, ordenó en tono impersonal. --Me toma una pastillita con el desayuno. Solo en el consultorio, no sabía cómo pasar el tiempo sin pensar en lo que había ocurrido. Aunque no queríacavilar,sepreguntósilohabríanabandonado para siempre sus fieles enfermos. No, no lo habían abandonado. El lunes, desde las dos de la tarde, fueron llegando los que estaban el