ella no era imaginable. Yo le decía que un siglo no me alcanzaba para mirarla, para estar juntos. La exageración expresaba lo que sentía. Me gustaba que me hablase de sus experimentos. Espontáneamente yo imaginaba la biología, su materia, comounenormeríoqueavanzabaentreprodigiosas revelaciones. Gracias a una beca, Daniela había estudiado en Francia con Jean Rostand y con Leclerc, su no menos famoso colaborador. Al describirme el proyecto en que Leclerc